Hay una casa, una calle adoquinada, una plaza comercial y un cementerio que se repiten consecuentemente en mis sueños. Separados por años en la vida real, en el tiempo de la ensoñación los acontecimientos que ocupan cada lugar al que vuelvo se suceden unos a otros sin tregua. El instante en que mi conciencia comenzó a espabilarse disolviendo el sueño en la pretendida certeza de los sentidos es el mismo al que regreso años después.
La sensación es curiosa: sé perfectamente dónde estoy, sé que he estado antes y, en ocasiones, sé también que se trata de un sueño. Comúnmente recuerdo a los dreamtigers, pero yo prefiero no ensayarlos: un tigre perfecto, aún dentro de un sueño, debe ser sin duda peligroso.
No es raro que tenga muchas ganas de volar y que me lo prometa intentarlo tras terminar algún pendiente que normalmente se reduce en esperar a alguien o en ir a buscar a ese alguien a algún lugar que nos gusta a ambos: casi siempre, un café con lámparas chinas situado, por supuesto, en esa calle adoquinada de rara iluminación.
Gnomecast 187 – Learning About the OSR
Hace 1 día